Klara Mauerová nació en Kurim (Checoslovaquia) en 1975. Fue una niña desadaptada, cuyos frecuentes arranques místicos la hacían compararse con Juana de Arco y que siempre repetía que estaba destinada a cumplir una misión designada por Dios, su hermana menor, Katerina, presentaba una personalidad semejante. Entre las dos fantaseaban constantemente acerca de las grandes cosas que harían cuando llegara el momento.
Con los años, Klara llegó a cursar estudios universitarios, pero nunca pudo liberarse de sus fijaciones pseudoreligiosas. No pasaría mucho tiempo antes de que se independizara de su familia, yéndose a vivir con un hombre con el cual compartió, según sus declaraciones, una tórrida vida sexual. Se embarazó y tuvo dos hijos: Ondrej y Jakub. Tras su separación, motivada por el violento carácter que la distinguía, Klara se quedó sola con los niños. Pese a sus excentricidades, era una buena madre; pasaba tiempo con sus hijos, los amaba y velaba por ellos. Sin embargo, la soledad la lastimaba. Klara buscó a su hermana Katerina, quien se mudó con ella y con sus dos sobrinos.
Klara y Katerina conocieron a Barbora Skrlová, de treinta y tres años, quien estudiaba en la universidad. Se trataba de una mujer que padecía una extraña enfermedad glandular: su aspecto era el de una niña de doce años y constantemente se había hecho pasar por menor de edad para escapar de castigos o inclusive de enfrentar acciones legales en su contra. Barbora inclusive había sido adoptada por un matrimonio, que la había tomado por una niña. De carácter violento, Barbora permaneció mucho tiempo en una institución psiquiátrica, de la cual escapó.
La presencia de Barbora Skrlová cambió muchas cosas. Las psicopatías de Klara y Katerina estallaron gracias al sutil lavado de cerebro que Barbora, con su aspecto infantil, practicó con ellas. Según las declaraciones del psiquiatra Zdenek Basný, que la atendió, los cambios de identidad de la mujer con aspecto de niña se debían a una grave enfermedad mental: “Toda la historia de Barbora Skrlova está rodeada de un enigma en el que ella participa de manera extraña. No existe una clara explicación, pero si debiera dar una hipótesis, diría que se trata de una disociación psíquica grave con perturbación de identidad”.
Por influencia de Barbora, las hermanas se integraron a un culto llamado el Movimiento Grial, que afirmaba tener cientos de seguidores en Inglaterra, así como decenas de miles de personas en todo el mundo. Este movimiento se basaba en escritos realizados entre 1923 y 1938 por el alemán Oskar Ernst Bernhardt, recogidos en el Mensaje del Santo Grial, en los que afirmaba que el hombre puede llegar al Paraíso haciendo cosas buenas en la Tierra.
Pero la realidad era otra. Uno de los preceptos del grupo era que sus integrantes estaban libres de tabúes sociales, como el incesto, la antropofagia o el homicidio. Todos recibían indicaciones de un líder desconocido al que sólo se le conocía como “El Doctor”. Este se comunicaba con sus seguidores solamente a través de mensajes de texto enviados a sus teléfonos celulares. “El Doctor” apoyaba la esclavitud, el maltrato infantil y la promiscuidad sexual, en aras de un supuesto sentido libertario.
Gracias a la influencia de Barbora, Klara se cortó el cabello al rape y se quitó las cejas. Vestía un ropón astroso y dejó de bañarse. Su hermana Katerina apoyaba todo lo que Klara y Barbora disponían. Barbora además experimentaba un doble carácter: por una parte era una mujer adulta y por otro se comportaba como una niña. Tenía celos de la atención que Klara prodigaba a sus dos hijos. Poco a poco, comenzó una sutil campaña contra ellos. Los acusaba de cometer travesuras, de romper cosas, de comportarse mal.
Klara empezó a castigarlos. Sin embargo, la frecuencia de los regaños aumentó tanto que Klara, desesperada por la supuesta mala actitud de sus hijos, le pidió consejo a la misma autora de todo aquello. Barbora, feliz al ser dueña de la situación, le hizo una sugerencia que a Klara y a Katerina les pareció muy natural: había que construir una jaula de hierro para encerrar allí a los dos niños. La jaula fue encargada a un herrero de la localidad. La colocaron en el sótano de la casa. A través de los barrotes, los niños podrían recibir alimentos, pero también quedarían sin posibilidades de portarse mal. Era 2007. Los niños fueron desnudados y metidos a la jaula. No lo sabían, pero permanecerían allí más de un año.
Barbora dio nuevas instrucciones que Klara y Katerina siguieron al pie de la letra. Comenzaron a torturar a los niños. Les ponían cigarrillos encendidos en brazos y piernas. Los amarraban y amordazaban cuando había visitas. Los golpeaban. Les daban toques eléctricos a través de los barrotes de su jaula. Los azotaban con cinturones e intentaron ahogarlos. Los mantenían desnudos todo el tiempo. Les lanzaban cubetadas de agua fría para limpiarlos, aunque lo hacían solamente una vez por semana y los niños tenían que dormir en el piso, sin cobijas, junto a su orina y a sus excrementos. A veces no les daban de comer. Si lloraban, los golpeaban a través de los barrotes.
Un día, Barbora tuvo una idea novedosa. Comenzaron a darle de comer a los niños abundantemente. Subieron de peso. Entonces, Klara tomó un cuchillo afilado, fue a la jaula y le pidió a Ondrej que sacara una pierna. Una vez que lo hizo, Katerina y Barbora sujetaron la extremidad mientras Klara, con el cuchillo, le arrancaba trozos de carne a su hijo. El niño gritaba de dolor y terror, su hermano hacía otro tanto. Una vez que le quitó varios trozos, las tres los comieron delante de él, burlándose de los gritos del niño.
Su otro hijo, Jakub, permaneció en vilo un mes. Sabía que, tarde o temprano, a él le ocurriría lo mismo que a su hermano. Así fue. La siguiente ocasión le tocó a él. Su madre le arrancó pedazos de un brazo. A partir de ese momento, cada mes el sangriento ritual tenía lugar: las mujeres bajaban, Klara le arrancaba pedazos de carne a uno de los niños y luego las tres los devoraban allí mismo. Barbora tuvo una idea para controlar más a los niños, una idea que sería su perdición. Katerina compró en una tienda de aparatos electrónicos una cámara de vigilancia inalámbrica, de las utilizadas para supervisar a los bebés. La instaló en el sótano. A través de ella, podían observar lo que los niños hacían. También veían cuando alguna de ellas bajaba a torturarlos.
Pero algo ocurrió. Un hombre que se mudó con su joven esposa a la casa de junto, instaló una cámara igual para monitorear el cuarto de su bebé. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando, en vez de ver el cuarto de su hijo, lo que observó fue el ritual de las tres mujeres, torturando a los niños. Pasaron días hasta que se dio cuenta de que la señal que estaba interceptando provenía de la casa de sus vecinas.
El hombre grabó un video con las imágenes. Luego avisó a la policía. El 10 de mayo de 2007 los agentes llegaron a la casa y entraron. Klara y Katerina se colocaron ante la puerta que conducía al sótano, tratando de que los agentes no entraran. Los policías las esposaron y se las llevaron a una patrulla. Luego rompieron los candados y entraron. Lo que allí encontraron los llenó de horror.
El hedor a sangre, mugre, orina y excremento era insoportable. El piso estaba pegajoso y en las paredes había manchas de sangre seca. Uno de los niños estaba desmayado; el otro se hallaba en shock. Ambos presentaban heridas terribles, con el cuerpo carcomido y algunas partes casi descarnadas.
Parada frente a la jaula había una niña; sujetaba un osito de peluche. Al ver a los agentes, corrió a sus brazos. Les dijo que se llamaba Anika, que tenía sólo doce años y que era una hija adoptiva de Klara. Los agentes la sacaron de allí rápidamente. Una vez en la calle, la supuesta niña aprovechó que los policías trataban desesperadamente de abrir la jaula de hierro para escaparse: se trataba de Barbora, quien había recurrido de nueva cuenta a su viejo truco consiguiendo huir.
El caso fue un escándalo. Los niños fueron hospitalizados; uno de ellos finalmente murió. El otro pudo declarar en el juicio contra su madre y su tía, narrando los horrores vividos en aquel sótano durante un año. Las dos mujeres responsabilizaron a Barbora, pero aunque la policía emitió órdenes de captura, no la localizaron.
Barbora escapó a Noruega, donde asumió otra falsa identidad: decía llamarse Adam y tener trece años. Un matrimonio noruego la adoptó. La inscribieron en la escuela primaria. Pasó casi un año para que la policía la ubicara. Fue arrestada en Noruega, ante la mirada atónita de sus padres adoptivos, que no comprendían por qué una niña era capturada como un criminal. Cuando les dijeron que no era una niña de trece años, sino una mujer de treinta y seis, el shock fue mayúsculo.
Barbora fue extraditada a la República Checa donde fue juzgada junto a Klara y Katerina. Su huida y su extraña personalidad inspirarían una película de terror: La huérfana, que se centra en la capacidad de la protagonista para engañar a la gente haciéndose pasar por menor de edad y en sus ataques psicopáticos. Mientras tanto, Klara declaró en el juicio: “Ocurrieron cosas terribles. Ahora me doy cuenta y no puedo entender cómo dejé que pasaran”.
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